Cuando muchas personas escuchan la palabra cookie se echan a temblar. Desde algunos medios de comunicación, con más voluntad de arengar audiencias que de informar, se ha transmitido la idea de que son una especie de pequeños espías en forma de código que se cuelan en nuestro ordenador para robarnos nuestros datos… y vete tú a saber qué hacen con ellos.
Nada más lejos de la realidad. Una cookie no es más que un pequeño fichero de texto que una página web, o la empresa que representa la publicidad de esa web, deja en nuestro ordenador indicando los usos que se han realizado desde nuestro ordenador en ese site. Así, en visitas posteriores a esa web (o alguna de su misma red publicitaria) potencialmente se nos mostrarán servicios más adecuados a nuestras preferencias. Hay que recalcar que lo único que sabe esa cookie son los usos que ha realizado ese ordenador de forma anónima, no un usuario concreto. Una cookie no almacena datos privados como contraseñas.
Los websites usan las cookies para mantener un seguimiento de lo que hace el usuario en sus páginas (analítica), personalizar la máximo su experiencia y poder continuar futuras sesiones en función de las preferencias del mismo. Podría mostrarnos información más relevante para nosotros basándose en patrones de uso, guardar configuraciones, carros de la compra incompletos, etc. sin necesidad de registrarnos. En cuanto a la publicidad, si por ejemplo vemos tres anuncios de un coche y no tomamos ninguna acción al respecto, un website inteligente podría determinar que ese coche no nos interesa, no mostrarlo más y de esa forma ahorrarle dinero del anunciante y mejorar la experiencia del usuario, incluso si resulta que no interactuamos con ninguna publicidad de coches, podría ser que no estamos pensando en cambiar de coche… aunque también hay websites poco inteligentes que nos machacan con la misma creatividad una y otra vez agotando la paciencia del usuario y el presupuesto del anunciante, pero esa es otra historia…
A lo que vamos, tanto en Europa como en EEUU se están imponiendo distintas directivas según las cuales los websites han de dar información clara y completa sobre el uso que van a dar a los datos almacenados en el ordenador del usuario por parte de las distintas propiedades web. Obviamente, como en todo lo que refiere a la privacidad Europa está siendo mucho más restrictiva que EEUU… y España aun no ha tomado una decisión de cómo se implementará la directiva europea.
Y es que hay muchas formas de solicitar permiso: se puede realizar a modo de aviso (como están haciendo el FinancialTimes o la BBC en su cabecera), o sugiriendo que los navegadores lo incluyan en su interfaz, o se puede obligar a los espacios web a pedir permiso explicito como algunas voces piden que se implemente en España. Sería algo así como plantear una pregunta al acceder a un espacio web del tipo «¿Quieres que este site rastree tu comportamiento mediante cookies?». Si esto es así, dada la demonización de la palabra cookie, el usuario de saque dirá «no» a su instalación, con el consiguiente perjuicio para ambas partes de la ecuación.
Desde mi punto de vista, hay que tener en cuenta que un espacio web es un espacio de acceso público, pero de propiedad privada. Está bien que se fuerce a que un website de servicio público, como puede ser la web de un ministerio haya de contar con el permiso explícito del usuario para almacenar datos de su visita. Pero un website privado es… privado. Y aunque ha de informar qué datos se están captando y qué uso se hará de ellos de forma clara, no tiene porqué solicitar permiso al usuario para dotarle de los servicios que considere de la forma más pertinente. La responsabilidad de informarse es del usuario, mientras la información exista, sea visible y clara.
Una de las principales fuerzas que mueve lo digital es el conocimiento del usuario. Limitar las posibilidades de acceder a este conocimiento no parece una buena idea para promover su desarrollo. Y menos si esto afecta a dos de las industrias que realmente lo están pasando mal en su transformación a digital como son la editorial y la publicitaria, que encuentran en la adaptación del contenido una forma de dotar de valor real tanto al usuario como a su propia oferta.
Por último, un aspecto que no hay que olvidar es la dimensión de Internet ¿Podemos obligar a acatar una directiva Europea a un web site con razón social fuera de nuestras fronteras?
Foto >> http://www.flickr.com/photos/eishier/179939755/